No quiero ser el herrero que repara la armadura del gladiador herido en la batalla. Fragua a la que vuelve cada vez que necesita un arreglo para, de nuevo, hacerse fuerte.
Si puedo elegir, prefiero ser armadura, contra la que estallen las espadas, y ser de un acero tan fuerte y noble que no ceda ni un milímetro a los envites de las armas, y nunca más el guerrero sentirse dañado y débil...
La Hermanita de la Caridad