Yo, que quisiera desatarme del suelo, poder abrazar la inmensidad del cielo, sentir la libertad infinita que posee.
Yo, me hundo cada vez más bajo la tierra, atada de pies y manos, sintiéndome caer en una espiral descendente, un cículo vicioso sin fin que me arrastra, me engulle sin posibilidad de aferrarme a nada, ni un pequeño saliente que, como en el mejor de los sueños, siempre está oportunamente colocado para salvarte, aunque sea en el último momento.
No hay nada, nada que me ayude ("¡levántate y anda!"), nadie que enjugue mis lágrimas y me dé alas.
La Hermanita de la Caridad
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