miércoles, 13 de diciembre de 2006

"El Camino de la Reflexión"
Nos trasladamos al día 13 de marzo de 2004. Una buena amiga (Inma) y yo iniciamos el que decidimos iba a ser nuestro viaje fin de carrera. Mientras la mayoría de nuestros compañeros de clase se decantaban por unos días de relax en la playa o en la montaña, nosotras decidimos embarcarnos en una aventura que no sabíamos muy bien de qué se trataba...
Emprendemos el Camino de Santiago.
Tras largas horas de viaje en tren, con numerosas paradas a lo largo de toda la noche bordeando la frontera lusitana, llegamos a Pontevedra. Allí unos familiares míos nos iban a llevar al pueblo desde el que, por intuición, decidimos comenzar nuestra andadura. Se trataba de Sárria (a 111 Kms de Santiago de Compostela), localidad a la que llegamos con nuestras pesadas mochilas bien entrada la tarde. Allí recogimos la acreditación gracias a la cual podíamos hospedarnos en los albergues que se encuentran a lo largo del camino. Esta acreditación consiste en una especie de pasaporte que debes ir sellando en los puntos de control (casi siempre albergues) que vienen marcados.
Ese primer día anduvimos únicamente 4 kms ya que, como he dicho, había transcurrido la mayor parte del día en nuestro viaje, y no queríamos que se hiciera de noche.
Llegamos, algo tímidas, al albergue de Barbadelo, donde la mayor parte de peregrinos ya habían dejado sus pertenencias y descansaban mientras curaban las secuelas que el camino va dejando en el cuerpo.
A la mañana siguiente, 8 en punto, todo el mundo corriendo (visteté, peinaté, guarda el saco que no siempre es tan fácil) para seguir con sus derroteros por el camino.
E iban pasando las horas. Caminos interminables donde lo más emocionante era una curva en el trazado, un pequeño riachuelo, o el encontrarte algún cementerio olvidado de una pequeña aldea. Solo eso conseguía sacarnos de nuestros pensamientos. Eso y el inconfundible olor de los prados llenos de vacas, o de la leche fermentando en las numerosas fábricas de lácteos repartidas por el infinito paisaje.
De vez en cuando, otro peregrino en bicicleta te adelantaba, con un tímido: "buen camino", al que contestabas como protocolo, como el código de honor no escrito del que persigue una meta en común.
Y sigues pensando...
Caminas como un autómata, no te das cuenta de que hace horas apartaste tus ojos del camino, de las flechas amarillas que has de seguir para no perderte, y te fuiste más allá de todo eso, te sumergiste en tu infancia, en tus recuerdos, en tus reflexiones,... De repente, una punzada en la espalda te despierta de ese sopor y te recuerda donde estás. Te avisa de que llevas 20 kms y no te has sentado, o que ya es hora de comer algo.
Así, día tras día. Y al primer albergue le siguieron otros (Gonzar, Ligonde, Melide, Arzúa, ...) cada uno con sus ventajas e inconvenientes, casi siempre relacionados con el agua que salía de la ducha.
La necesidad de la comunicación con otras personas hace que te relaciones con otros peregrinos, a los cuales vas encontrando día tras día, y siempre van siendo los mismos. Poco a poco se entablan conversaciones, se van teniendo afinidades.
Todos somos más amigos alrededor de una buena comida que consiste, inevitablemente, en pulpo a la gallega, algún tipo de carne, queso, ..., todo regado con Albariño; y, de postre, tarta de queso o de Santiago y algo de licor de hierbas. Después de esto, incluso te atreves a tomar Queimada y a bailar una muñeira, mezclando la jota aragonesa con una rumba y un poco de cara dura.
Las vivencias del camino son indescriptibles, todo está cubierto con un halo de misterio, algo que te permite hacer confesiones a media voz con otro peregrino al que conoces hace unas horas, mientras algunos roncan como no has escuchado en tu vida a nadie.
Todo es raro, extraño, ..., mágico.
Por las encrucijadas te va guiando el camino que trazaron las estrellas.
Con 100 kms de camino todo pesa más. Pero sobre todo los sentiminetos, el dolor de haber descubierto rincones en tu mente y en tu corazón que creías que habían desaparecido.
Es 19 de marzo. Desde el puente de entrada a la ciudad de Santiago (en el que los coches te animan tocando la bocina) ya se vislumbra la meta, los picos de la Catedral donde queremos llegar antes de las 12 de la mañana, hora a la que se celebra la famosa misa del peregrino, en la que se purifica a todos los que llegan con el incienso que emana del botafumeiro.
Allí las emociones se desatan, abrazas a las personas con las que has compartido la experiencia, mientras se te escapa alguna lágrima incontrolable. Esas personas han pasado a ocupar un lugar imborrable en tus recuerdos.
Luego ritual obligado dentro de la catedral, con abrazo al santo ineludible.
Por último, una fiesta con los que ya son tus amigos en la que no faltan, como ya es costumbre a lo largo del camino, los productos de la tierra. Y es en este momento en el que te alienas de tu propio cuerpo y te das cuenta de las personas que están sentadas alrededor de la mesa y de que, si no fuera en una situación especial como la que acontece, no habría nada que nos uniera, ya sea por edades, trabajos, procedencia, etc.
Es difícil explicar las sensaciones durante el camino y después de éste. Pero creo que se pueden resumir con una frase muy acertada que un peregrino (descubriendo su faceta filosófica) escribió en la pared de uno de los albergues:
"Tú no haces el camino, es el camino el que te va haciendo a ti"
La Hermanita de la Caridad

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola,
Yo también realice cierto camino al interior, quiero darte un diez en esta gran redacción.

En el camino se resaltan grandes relaciones, tanto de amista o amor. Que por mucho pasé el tiempo jamás serán olvidadas. Aunque como dices el camino uné mucho y trás el queda cierto vacío...vidas distintas,lugares lejanos,...

Quizás te conocí en el camino, no lo sé...es tan difícil llegar al interior. Aunque sé que te conozco en mi vida ;) Espero volver a tener la oportunidad de hablar largo y tendido como tantas veces hicimos.

No estoy seguro pero puede ser este año cuando vuelva a Santiago, ya te contaré

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